El cine "steampunk"
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El puente de mando del Nautilus en "La liga de los hombres extraordinarios"
Mi primer contacto con el cine steampunk fue el coche de Caractacus Potts (Dick Van Dyke) en Chitty Chitty Bang Bang (Ken Hughes, 1968). Gocé tanto viendo volar y navegar la invención de Potts; gocé tanto en mi dichosa infancia de aquella película, desde su primera hasta su última secuencia, que ésa ha de ser la causa de que el steampunk sea mi favorito frente al dieselpunk el tesalpunk y el resto de los retrofuturismos que asoman a la ciencia ficción de nuestros días.
Todos los inventos del inefable Potts, y algunos de los artilugios exhibidos por los agentes del barón Bomburst (Gert Fröbe) en aquella entrañable cinta, pueden incluirse entre la utilería del steampunk canónico. Pero en aquel remoto visionado -y diría que casi único- de Chitty Chitty Bang Bang, yo sólo atendía al miedo que me causaba el esbirro de la baronesa Bomburst (Anna Quayle) puesto a raptar a todos los niños que tenían la desdicha de nacer en sus dominios, donde, a consecuencia de la esterilidad de esta dama, estaba prohibida la infancia.
Steampunk, además meridianas, son las estampas que ilustran mi colección en facsímile de la primera edición de los Viajes extraordinarios de Julio Verne. La referida al Nautilus, obra de Alphonse de Neuville, consta en los anales. Es más, el submarino del misántropo capitán Nemo -como el coche de Potts- es otro de lo objetos steampunk por excelencia. Pero tampoco reparé en ello. Aunque desde aquellas primeras lecturas, en la colección Historias Ilustradas de la llorada Editorial Bruguera hasta estas de los Viajes extraordinarios ya referidas, sigo volviendo con cierta regularidad al gran Verne, no advertí ni la inspiración steampunk de las ilustraciones originales de sus páginas ni la calidad de piedra angular del género de su obra. Al fin y al cabo, aunque los ejemplos aludidos son algunos de los que asientan el canon, el steampunk no empieza a ser conocido como tal hasta los años 80 del amado siglo XX. Fue entonces cuando algunos autores cyberpunk empezaron a hablar de ciertas fantasías de la Inglaterra victoriana.
Ingeniosos anacronismos
Al día de hoy, el steampunk, en líneas generales, se refiere a todos esos prodigios que pudieran haber sido en la revolución industrial: fabulosos barcos que surcan los cielos flotando bajo globos aerostáticos, artilugios arcaicos reconvertidos a usos prodigiosos, ingeniosos anacronismos prestos a facilitar las cosas al aventurero... Una imaginería, en fin, que, más allá de los futurismos decimonónicos, a mí se me antoja la materialización de esos dibujos de los inventos de Leonardo. En cualquier caso, estas supuestas reliquias fabulosas me han cautivado de tal modo que el descubrimiento del cine steampunk -la literatura del género me es mucho menos conocida- es uno de los principales afanes que impulsan en los últimos meses mi actividad cinéfila.
Sí señor, desde el verano de 2011, cuando tuve oportunidad de hacerme con una lista de cintas steampunk canónicas publicada fugazmente en Wikipedia, vengo atesorando los distintos títulos que la integran y creo haber dado cuenta de los suficientes como para ir sacando algunas conclusiones:
La primera es que, en líneas generales, el cine steampunk no es un cine bueno. Es decir, no constituye un capítulo brillante en la historia del cine como el realismo poético francés de los años 30, el neorrealismo italiano de posguerra o el cine soviético del deshielo. Ni siquiera concretándonos a esa ciencia ficción a la que pertenece, puede atribuirse al steampunk una enjundia semejante a la de las pastorales poscatástrofe atómica de los años 60 o las space opera de la década siguiente. Pastiche al cabo de los grandes inventos pretéritos, el steampunk es un género menor por definitiva. Pero su poderío visual es tan grande que a mí me cautiva. Basta con que aparezca uno de los artilugios que nos ocupan para que atesore la película. Ése ha sido el caso de la insufrible La vuelta al mundo en 80 días, la peor versión del clásico de Verne con diferencia. Un vehículo al servicio de Jackie Chan dirigido en 2004 por Frank Coraci que conservo por los inventos de Fogg (Steve Coogan) que nos muestran.
Al otro lado del espectro, entre lo mejor del paquete, se impone destacar El tiempo en sus manos (George Pal, 1960), filme en verdad notable que yo tengo por uno de los títulos fundamentales de la edad de oro de la ciencia ficción. Ya obraba en mi poder cuando comprobé con agrado que iniciaba la lista de Wikipedia. No me extenderé en alabanzas a un título que ya elogié cuanto se merece en La edad de oro de la ciencia ficción (T&B Editores, Madrid, 2008).
Cuentos infantiles
Ahora prefiero aplaudir Vidocq (2001), el debut en la realización de Pitof. Antiguo responsable de los efectos visuales de Delicatessen (1991) y La ciudad de los niños perdidos (2005), ambas de Marc Caro y Jean-Pierre Jeunet e integrantes del acervo ideal del cine steampunk, no hay duda de que fue con Caro y Jeunet con quienes Pitof se acercó al género por primera vez. Yo aún no sabía del retrofuturismo que nos ocupa cuando el abigarramiento de las imágenes de Vidocq, a menudo fotografiadas con angulares y siempre desde emplazamientos del tomavistas infrecuentes, me dejó fascinado. Que Vidocq también apareciera en la lista fue determinante para que hiciera de esa antigua nómina Wikipedia, hoy ya desaparecida, mi norte en el cine steampunk.
Siempre en la linde de dos géneros que detesto con toda mi alma, el cine de acción y el familiar, el steampunk tiene uno de sus grandes temas argumentales en el cuento infantil. Eso es, tras todas sus sombras y recargamiento visual, La ciudad de los niños perdidos. Al igual que La brújula dorada (Chris Weitz, 2007) y Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket (Brad Siberling, 2004). En esta última, donde se da noticia de la peripecia de unos huérfanos no en vano llamados los Baudelaire -como el más grande de los poetas malditos-, las maravillas visuales y el desarrollo del asunto confluyen en una película redonda. Lo es hasta el punto de hacer más llevadero el sempiterno histrionismo del bueno de Jim Carey.
Dos insolentes
Y si Carrey parece no poder -o querer- evitar ser un histrión, a Will Smith y Robert Downey Jr. les pasa otro tanto con su insolencia. Quede claro que en el caso de Smith en Wild, Wild West (Barry Sonnefeld, 1999) aplaudo ese enconó con la confederación estadounidense que la inspira. Pero ese desdén hacia la causa de la esclavitud, mitificada hasta el hartazgo por el Hollywood clásico, hubiese sido mucho más eficaz de un modo más contenido, sin menos chiste fácil y desparpajo por parte Smith. Con todo, Wild, Wild West es una de las cintas más genuinamente steampunk de las incluidas en mi lista. Ya lo era Jim West (1965-1969), la serie de televisión en la que está basada. En sus diferentes capítulos, ese agente especial de presidente Grant -estamos en los días de la guerra civil estadounidense- que era West, llevaba gadgets a los escenarios del western. Los ingenios se antojaban semejantes a las propuestas del doctor Emmett Brown -Christopher Lloyd- en regreso al futuro III (Robert Zemeckis, 1990), no en vano otra de las películas incluidas en mi lista.
Parece ser que el Oeste cuenta con su propio retrofuturismo, el weird west, del que Wild, Wild West sería su mejor ejemplo. Pero no me es conocido más allá de esta cinta de Sonnefeld. Sí lo es la insolencia en la que, de ordinario, basa sus interpretaciones Robert Downey Jr. Así en su Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009), el detective de Baker Street adquiere un cariz muy alejado de su natural flema británica.
Estas reinterpretaciones de los personajes clásicos de la novelística decimonónica, otra de las constantes que registro en el steampunk tiene su mejor ejemplo en La liga de los hombres extraordinarios (Stephen Norrington, 2003). En ella se encomienda la salvación del mundo a un grupo comandado por Allan Quatermain (Sean Connery) e integrado por el capitán Nemo (Naseeruddin Shah), Mina Harker (Peta Wilson), el hombre invisible Skinner (Tony Curran), el doctor Jekyll y Mr. Hyde (Jason Flemyng) y Dorian Gray (Stuart Townsend). Es decir, algunos de los personajes más destacados de la novela decimonónica.
Van Helsing, al igual que Mina Harker otro de los protagonistas del Drácula (1897) de Bram Stoker, también fue objeto de una reinterpretación steampunk en la cinta de Stephen Sommers de 2004 a la que dio título. Otra de las más brillantes y aparatosas de estas fantasías. Estas reutilizaciones de los grandes personajes, que a la postre ratifican el carácter de pastiche -adorable pero pastiche al cabo- del steampunk, tuvieron su primer campo de acción en la historieta. De hecho, La liga de los hombres extraordinarios se basa en una aclamada novela gráfica de Allan Moore y Kevin O'Neill. Desde este perspectiva, yo me quedo con Adèle y el misterio de la momia (Luc Besson, 2010). Adaptación de las aventuras de la heroína nacida en las viñetas de Jacques Tardi, es tan grande el encanto de Louise Bourgoin, la actriz que la interpreta, que ha hecho de esta delicia mi favorita de todo ese paquete steampunk que, de un tiempo a esta parte, vengo integrando a mi tesoro cinéfilo.
Publicado el 2 de julio de 2013 a las 12:30.